¿Alguna vez una IA te ha "mentido"?

12/26/20251 min leer

Un hombre contó una historia sobre su esposa pidiéndole una receta a una IA. La IA la generó. La foto se veía perfecta. El plato fue horrible.

Su esposa preguntó: “¿Por qué mentiría?”

No lo hizo. No puede.

La IA no entiende la verdad. Solo predice la siguiente palabra basándose en matemáticas complejas. Genera texto que parece tener significado. Somos nosotros quienes confundimos su fluidez con comprensión.

Este es el problema central.

Creamos esta confusión con el nombre “Inteligencia Artificial”.

Ese nombre es una metáfora. Es un “hack” a nuestra propia mente. De inmediato empezamos a usar palabras humanas para describirla: “pensar”, “decidir”, “aprender”. Nuestro cerebro proyectó una mente donde no la hay.

Seamos precisos.

Las máquinas no piensan. Calculan.

Las máquinas no entienden. Procesan.

Las máquinas no tienen intención. Nosotros sí.

El lenguaje moldea nuestra realidad. Cuando llamamos “inteligentes” a estas herramientas, empezamos a creerlo. Al hacerlo, corremos el riesgo de devaluar nuestra propia inteligencia humana, que es única.

La IA no es una amenaza. Es un espejo.

Lo que tememos en ella es un reflejo de nuestra propia incertidumbre sobre el propósito y el valor.

La solución no es técnica. Es lingüística.

Podemos desprogramarnos cambiando nuestras palabras.

Dejemos de llamarla Inteligencia Artificial.

Empecemos a llamarla Tecnología Asistiva.

Llamémosla una herramienta. Un amplificador.

La tecnología no es inevitable. Es intencional. Es algo que elegimos construir y dirigir.

Cuando hablamos de ella con precisión, cambiamos la narrativa del miedo al empoderamiento. Pasamos de ser “reemplazados” a ser “socios”.

El futuro no nos sucede. Lo escribimos. Una palabra a la vez.